Una amiga me contó hace días una pesadilla que le había perseguido varias noches –y en varias versiones– desde el confinamiento. En su primera versión, mi amiga salía de su casa, situada en un barrio antiguo y céntrico de una gran ciudad, dispuesta a comprar en las tiendas de alrededor –que aún, por suerte, conservan un cierto aire tradicional–. Pero para su sorpresa las encontraba cambiadas. Todas aparecían pintadas de un mismo color e iluminadas con una misma luz neón, fría y extraña. De manera que, entrase donde entrase, tenía la sensación de estar comprando siempre en un mismo comercio, y siempre a los mismos vendedores. Conforme se repetía el sueño, la pesadilla se fue haciendo más inquietante. Muchas tiendas iban desapareciendo y las que quedaban disminuían la variedad de marcas que ofrecían, imponiendo la mono-marca.
En nuevas versiones de la pesadilla, para mayor angustia de mi amiga, las pocas tiendas que quedaban se fueron fusionando precipitadamente unas con otras en un solo punto de concentración –una especie de Aleph borgiano–. Y, sigilosa pero irreversiblemente, finalmente solo quedó un único lugar en el que comprar, muy pocos productos que elegir y una sola marca. Continuar en InfoLibre.
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